En la esquina de Callao y Rivadavia frente al Congreso Nacional, se emplaza el edificio de la Confitería Del Molino. Conocida como la “Tercera Cámara” por ser el espacio de encuentro por excelencia entre senadores y diputados nacionales fue testigo de los grandes episodios de la historia del siglo XX argentino. Durante nueve décadas brilló a fuerza de ofrecer excelentes productos de pastelería y de consagrarse como uno de los centros de la vida intelectual y política del país, sin embargo, en 1997 debió cerrar sus puertas. Actualmente, la propiedad está en manos de la Comisión Bicameral del Congreso, que está llevando a cabo una exhaustiva tarea de restauración, con la intención de que la antigua cafetería se convierta en un museo y un espacio cultural.
La historia de la confitería comienza hacia 1850, cuando dos reposteros italianos, Constantino Rossi y Cayetano Brenna, abrieron en Rodríguez Peña y Rivadavia la “Confitería del Centro”. En 1966, en las cercanías del negocio, se instaló el primer molino harinero en la ciudad, motivo por el cual cambiaron el nombre de su establecimiento a “Antigua Confitería del Molino”.
Destacado por la calidad de repostería que ofrecía, el emprendimiento no tardó en crecer. Los italianos, entonces, decidieron salir a buscar inmuebles por la zona y en 1904 compraron uno ubicado en la esquina de Rivadavia y Callao. A medida que su economía se los permitía, fueron invirtiendo hasta adueñarse de toda la esquina, adquiriendo las propiedades vecinas. Para fusionar los 3 predios, le solicitaron al prestigioso arquitecto Francisco Gianotti que llevara adelante la construcción de un nuevo edificio.
Su proyectó incluyó la remodelación del situado en la Avenida Callao 32, adquirido en 1909, y que poseía planta baja y cinco pisos, y la construcción de otro sobre Rivadavia 1815. Todos los materiales fueron especialmente traídos desde Italia: los muebles, la cristalería de primera línea, los detalles de mármol colosales, vitrales, manijas y terminaciones de bronce. Con estas obras querían presentar una nueva imagen de la empresa pastelera y a la vez adecuarse a la estética de la zona.
El 9 de julio de 1916, en conmemoración del Centenario de la Independencia, abrió sus puertas reinaugurado como “Confitería del Molino”. Uno de los edificios más altos de la ciudad, con tres subsuelos y cinco pisos, con bar, salón de ventas y dos salones de fiestas para eventos especiales.
En la plena Belle Epoque de Argentina, estos salones sirvieron para reuniones políticas de todo tipo, fiestas de quince, casamientos y cumpleaños. A su vez, El Molino siempre estuvo en diálogo con el Congreso, como si se tratara de una cámara más. Hubo reuniones y vigilias para seguir las jornadas de votación de varias leyes. Esto fue cargando al lugar de significación a lo largo del tiempo.
Cuentan también que dentro de los habitués del lugar se encontraban el diputado socialista Alfredo Palacios, el célebre dirigente político Lisandro de la Torre, y Carlos Gardel, quien le encargó al dueño una torta en homenaje a su amigo Irineo Leguisamo, que llevó a crear el famosísimo postre Leguisamo, que es una mezcla de hojaldre, merengue, marrón glacé y crema imperial con almendras.
En 1917, cuando en Rusia depusieron a los Romanoff, el dueño lo celebró creando el popular postre Imperial ruso (conocido en Europa como “el postre argentino”) que venía con una advertencia: “Córtelo con un cuchillo caliente para que no se desmorone”.
En 1930, durante el golpe de Estado que derrocó a Hipólito Irigoyen, la confitería fue incendiada. También por entonces se produjo un tiroteo en el establecimiento, al que ingresaron las fuerzas del ejército con caballos, que terminó con la destrucción total de las vidrieras. La reconstrucción demandó casi un año de trabajo por lo que reabrió el 12 de octubre de 1931.
En 1938 falleció Cayetano Brenna, el pastelero original y dueño. Esto marcó el final de la Belle Époque y del resplandor mayor de la confitería. El negocio pasó por distintas manos, hasta que en 1978 se vendió el fondo de comercio a un grupo de personas que más tarde presentaría la quiebra. Allí los nietos de Brenna, la adquieren e introducen una serie de mejoras para adecuarla a los nuevos tiempos. Sin embargo, en los 90′ los costos de mantener el sitio se hicieron imposibles, y el 23 de febrero de 1997 cerró definitivamente sus puertas a pesar de que ese mismo año se lo había declarado Monumento Histórico Nacional.
Desde aquel momento, el rumbo de la confitería fue de complicación en complicación. Mientras hubo intentos por reabrirlo a comienzos de los 2000, el espacio fue vandalizado y gran parte de los objetos de valor que lo poblaban fueron robados o rotos. El paso de los años, a la vez, afectó a la construcción, que sin mantenimiento se fue convirtiendo, de a poco, en un peligro por posibles derrumbes y desprendimientos.
En 2014, se sancionió la Ley N 27.009, que declara al inmueble “de utilidad pública y sujeto a expropiación, por su valor histórico y cultural”. Una vez expropiado, el edificio pasó a estar a cargo del Congreso Nacional, que en 2018 constituyó la Comisión Bicameral Administradora del Edificio Del Molino para iniciar con las tareas de recuperación para convertir a la Confitería del Molino en un espacio cultural.
El edificio presenta un cuerpo metálico, y como novedad tecnológica en la época donde todavía se construía con ladrillo y losas, una estructura de hormigón armado. Asimismo, poseía un repertorio de materiales de acabado de procedencia europea, como los revestimientos de las columnas y pisos de mármol, finos pisos de madera, y ornamentos pre moldeados de yeso o con toques dorados, los cuales están siendo restaurados.
Su fachada, que abraza la esquina, tiene un desarrollo simétrico y está revestida por piedra París. Se realizaron trabajos de limpieza (mediante el método de nebulización que consiste en un proceso delicado y que logra una limpieza más profunda sin dañar la estructura), reposición de material faltante y colocación de material similar al original para construir los dibujos de los balcones. Además, se mejoró la Iluminación exterior.
Se intervino la terraza y la cúpula, que había tenido unos vitrales maravillosos que no se podían reproducir porque casi no había quedado nada. Por eso, pidieron a la comunidad fotos, de por ejemplo los cumpleaños de quince, las fiestas de casamiento, banquetes, etc., donde se apreciaran los vitrales. Gracias a ello se descubrió que tenían escenas de Don Quijote, y se pudo reconstruir por completo la cúpula.
El inmueble tiene la forma básica del edificio académico típico de Buenos Aires, está constituido por tres subsuelos, una planta baja y cinco pisos. La confitería histórica se encuentra en la PB y el salón de fiestas en el primero. Los pisos del segundo al quinto constan de dos alas, una sobre Rivadavia y otra sobre Callao, con departamentos para renta o habitación de los propietarios.
Lo que pudieron reconstruir de lo que sucedía en los sótanos donde trabajaban pasteleros y aprendices es que no había suficiente iluminación, y que la ventilación era más que escasa en un lugar donde la temperatura debía ser muy alta.
En el primer subsuelo, donde funcionaba el área de elaboración de pastelería, productos de confitería y molino harinero, los investigadores descubrieron en un pozo de ventilación, varias tazas con el logo del reconocido café, así como también cucharas de té, café y apoya saquitos. Por otro lado, el tercer subsuelo, que era donde se lavaba la vajilla, estaba totalmente inundado debido a una vertiente de agua que con el tiempo llenó todo el piso. Para trabajar allí, hubo que contratar a buzos tácticos que determinaran en qué estado estaba la cuestión estructural. Hoy ese sótano tuvo que ser clausurado.
En conclusión, es un edificio con mucho valor histórico, cultural, y arquitectónico. Su fachada, si bien se ajusta al ordenamiento tradicional, presenta una decoración renovadora para la época, combinando cerámicas de color en la torre, vitrales, marquesinas de hierro y vidrio (que por cierto ya fueron restauradas), un molino de fantasía, y adornos de bronce en las vidrieras. Esperemos que el trabajo que se está realizando para que este edificio recobre todo su esplendor, dé sus frutos y pronto podamos disfrutar de ese espacio.
Txt: Lola S.