La Casa de la Palmera. Muertes, fantasmas y puertas que se cierran solas.

En la calle Riobamba 144, en el barrio de Balvanera, se encuentra una oscura casona que destaca entre la urbanidad clásica de la zona, por la particularidad de su fachada y más aún por la enorme palmera que, en el patio externo, atenta con ocultar la vivienda. Por esta característica la gente la llama la “Casa de la Palmera”; sin embargo, no es lo único que esta residencia da de que hablar. Existe una misteriosa y macabra leyenda que engloba a la familia que la habitó a fines del siglo pasado.

La historia de esta casa comienza a fines del siglo pasado, cuando Catalina Espinosa la compró después de que falleciera su esposo, el Dr. Galcerán, un reconocido médico que murió durante la fiebre amarilla de 1871, mientras ayudaba a los enfermos.

Catalina quien tenía una buena posición económica ya que contaba con fortunas heredadas de sus padres y de su difunto marido, compró la casa por su encantador estilo petit hotel francés, que para aquella época era un poco inusual, y principalmente por su gran tamaño. Necesitaba espacio ya que tenía seis hijos, cinco varones y una mujer.

Debido a su situación monetaria, los jóvenes pudieron dedicarse a sus carreras universitarias sin trabajar, y todos ellos lograron recibirse: había un médico, un ingeniero, un abogado, un escribano y un arquitecto. A pesar de ello, cuenta la leyenda que eran todos mujeriegos, vivían a costa de su fortuna heredada y no profesaban la religión. Elisa, la única hija mujer, se sentía trastornada por esto, pues era todo lo contrario. Tenía un fuerte compromiso religioso que la llevaba a asistir todos los días a misa, y era además muy aplicada en lo que a estudio y trabajo respectaba. Ni bien se recibió de taquígrafa, comenzó a trabajar en el Congreso Nacional de la Nación, ubicado a una cuadra de su hogar.

Cuando falleció Catalina, los hermanos Galceran decidieron clausurar su habitación y dejarla como estaba sin tocar absolutamente nada. Ninguno de los varones tenía intención de dejar la vivienda, pero tampoco de hacerse cargo de ella; por lo que Elisa, como única mujer, se encargó de su mantenimiento. Distribuyendo su tiempo entre el trabajo en el Senado, las misas y las tareas de la casa, mientras sus hermanos disfrutaban del ocio y de las mujeres.

Al tiempo, sucedió un hecho que desencadenaría en una seguidilla de extrañas tragedias: uno de los hermanos falleció repentinamente mientras jugaba un partido de tenis con sus amigos, por un infarto que le provocó la muerte súbita.

Luego del entierro, la hermana propuso que así como se clausuró el cuarto de su madre para preservar su memoria, se hiciera lo mismo con el cuarto de su hermano. Todos asintieron y cerraron la puerta del cuarto de su hermano para siempre. Lo que les llamó la intención fue la falta de dolor que mostró Elisa, quien al día siguiente continuó con su vida como si nada.

Meses después otro hecho iba a enlutar a la familia. Uno de los hermanos estaba disfrutando un día de sol en las inmediaciones del Yatch Club Argentino cuando luego de unos tragos en el bar, se dirigió a su velero para salir a pasear por el río. Mientras subía a la embarcación tropezó y cayó al agua. La mala suerte hizo que en la caída llevara consigo una soga de amarre, por lo cual se enredó y murió ahogado. La misma escena se había repetido; luego del velorio, Elisa cerró la puerta de su cuarto definitivamente.

Al año siguiente, la muerte alcanzó a otro de los jóvenes Galcerán, quien murió en un accidente automovilístico. La misma situación se repitió: otra pérdida familiar y Elisa, que parecía no inmutarse ante esto, volvió a clausurar una habitación.

Los dos hermanos que aún vivían con ella seguían con su vida de fiesta y mujeres. En una ocasión, uno de ellos estaba con sus amigos en lo de Hansen, un lugar de baile de tango en la esquina de Figueroa Alcorta y Av. Sarmiento, cuando ebrio, se enfrentó en un duelo por una mujer. En la pelea, un cuchillo atravesó su estómago, provocando su muerte inminente. Nuevamente, Elisa cierra su habitación. Luego de su entierro, hubo una fuerte discusión entre el único hermano varón que quedaba vivo, que era el médico, y Elisa. Él le recriminó su frialdad, y hasta le sugirió que sospechaba que ella tenía algo que ver con los decesos de sus hermanos. Ella, le recriminó que se habían alejado de Dios y que si murieron era porque se lo merecían para rendir cuentas ante el señor.

Este hermano tenía una aventura con una de las mucamas de la casa, y por las noches, acostumbraba a ir a la habitación de ella. La mañana posterior a la pelea, Elisa denuncia a la policía que su hermano yacía muerto en el cuarto de la mucama. Lo que llamó la atención en la investigación es que encontraron un brasero en la habitación. Si bien en aquella época era común calentar los ambientes con braseros, dormir con uno de ellos en un cuarto cerrado es peligroso porque consume el oxígeno y asfixia a quienes se encuentran en la habitación, cosa que Galcerán debía saber porque era médico.

Por ese motivo, sumado a que las empleadas denunciaron los gritos de la discusión que habían escuchado la noche anterior, todas las sospechas recayeron en Elisa. La policía no encontró ninguna prueba que culpara directamente a la única sobreviviente, por lo que la investigación se cerró.

Elisa echó a las empleadas que la habían denunciado y empezó a vivir sola. Durante cuarenta años, mantuvo una vida rutinaria. Todos los días iba a las misas en la parroquia de Nuestra Señora de Balvanera, si un día faltaba la llamaban por teléfono y ella confirmaba que estaba enferma. Una tarde de 1992, no asistió a misa y tampoco atendió el teléfono; por tal motivo el párroco decidió visitar su casa. Llamó a la puerta y al no recibir respuesta, ingresó con un feligrés médico para constatar que estuviera bien.

El interior era espeluznante, todo estaba oscuro y no funcionaban las luces. Se dirigieron al sótano que estaba amoblado como una habitación, y en la cama yacía Elisa sin pulso. La policía se dirigió al lugar y luego de sacar el cuerpo de Elisa, observaron que en el sótano estaban todos los muebles de la mujer que pertenecían a su cuarto, y que las escaleras que llevaban a las habitaciones clausuradas tenían una capa de polvo de un considerable grosor, que indicaba que nadie había subido por muchos años a los pisos superiores.

La casa, con sus habitación totalmente cerradas, y las ventanas tapadas por la inmensa palmera, establecía una suerte de “cápsula de tiempo” sobre el momento en el que la tragedia los alcanzó. El ambiente tétrico y la particular historia dio lugar a todo tipo de especulaciones, mitos y leyendas. Hay  quienes sostienen que Elisa tuvo algo que ver con las muertes de sus hermanos; están los vecinos que comentan que se escuchan ruidos y suceden hechos extraños por las noches, y mismo los caseros de la casa, un hombre de más de 50 años y una chica de 20, decían que escuchaban el llanto de Elisa, o que la veían pasar. La leyenda cuenta que todo hombre que haya tenido una vida de ocio, libertina y sea mujeriego, experimentará fuertes dolores estomacales al momento de ingresar a la casa. 

Por unos años permaneció deshabitada, luego allí funcionó un jardín de Infantes llamado “Puertas Abiertas” que al cerró.

Durante un año acogió a Guillermo Barrantes, escritor argentino, quien se inspiró en la casa para escribir su primer cuento, “La leyenda del invencible”. Algunos dicen que el mismísimo Julio Cortázar también la uso de inspiración para su libro “Casa Tomada”, lo cierto es que conocedores del escritor niegan esta versión. 

Hoy en día, allí funciona el Instituto del Pensamiento Socialista, la redacción de “La Izquierda Diario”, el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky, con su biblioteca, y hay un estudio de grabación de radio y TV.

Si bien en la actualidad la casa ganó una energía diferente, el espíritu de la vieja residencia está intacto y se hace escuchar a través de los pasos sobre la madera crujiente o en el golpe de una ventana que no cierra.
Txt: Lola S.



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