A 46 años de su partida “El bandoneón mayor de Buenos Aires”, se hace eterno a través de sus clásicos de la música ciudadana.
Con solo 60 años dejaba este mundo en el Hospital Italiano, como consecuencia de un derrame cerebral y varios paros cardíacos. Sus restos descansan en el Rincón de los Notables del cementerio de la Chacarita, en compañía de otras destacadas figuras tangueras.
Sus padres eran de origen Italiano, y dicen los rumores que lo apodaron “Pichuco” que viene de “picciuso”, que en un pseudonapolitano significaría “llorón”; lo que coincide cuando se describe cierta actitud frente al bandoneón y que en algunos pasajes musicales Troilo “hacía pucheros”.
Del Abasto, nacía en el barrio en 1914, en la calle Cabrera 2937, perdió a su padre con tan solo ocho años de edad y la familia de mudó a tres cuadras del domicilio original, Soler 3280 era su nueva dirección. Soñaba con un bandoneón, el deseo lo consumía desde que había visto uno por primera vez portado por algún músico que asistía a los cafés de barrio.Tenía diez años cuando le pidió a su madre que le comprara uno.
Felisa Bagnoli, su madre, debió hacer malabares con la economía familiar, había hermanos a quienes atender también, pero madre hay una sola y cedió a comprarle uno, financiado en muchas cuotas, con la magia de que en la cuarta, el vendedor desapareció y nunca más se supo de él.
Ese bandoneón sería su compañero por casi toda su vida, hubo otros pero siempre eligió tocar con él, incluso en su debut en el año 1925 en un bar cercano al Mercado de Abasto.
Fue alumno de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, la cuál abandonó en 1930 con tan solo 16 años para tocar con el violinista Elvino Vardaro y su famoso quinteto que conformaban Osvaldo Pugliese, Alfredo Gobbi (hijo) y Ciriaco Ortiz.
Troilo y ese bandoneón pasaron por las orquestas de Juan Maglio “Pacho”, Julio de Caro, Juan D’Arienzo, Ángel D’Agostino y Juan Carlos Cobián.
Fue en 1937 que armó su Orquesta Típica y debutó en la boîte Marabú, un subsuelo cuya entrada podemos apreciar a día de hoy, ubicado en Maipú 359, a escasos metros de Av. Corrientes.
Anibal Troilo sostuvo siempre su Orquesta Típica, variando constantemente sus integrantes y sobrevivió al desastre dispuesto por las productoras de discos y las emisoras de radio cuando en el año 1955, lo nacional y popular se empezó a dejar a un lado.
La primera orquesta de Troilo estaba integrada por Orlando Goñi, Enrique Kicho Díaz, Roberto Gianitelli, Juan Miguel Toto Rodríguez y el cantor Francisco Fiorentino.
A principios de los años 40, Piazzolla comenzó a escribirle los arreglos, lo hizo desde 1939 hasta 1944 e incluso luego de formar su propia orquesta, eso contribuyó en la búsqueda de una identidad definitiva de orquesta que murió junto a su líder, en 1975.
Contrajo nupcias en 1938, con Zita, su verdadero nombre era Ida Dudui Kalacci, griega de nacionalidad la mujer con la que compartó su vida. En 1951 la muerte de su amigo Homero Manzi lo sumió en una profunda depresión que lo retiró de los escenarios durante un año. Para él compuso el tango instrumental “Responso”.
De regreso, y sin descuidar su orquesta, Pichuco formó un dúo de solistas con el guitarrista Roberto Grela, muy famoso, que después se convirtió en cuarteto y, en 1968, unió su bandoneón al de Piazzolla para grabar maravillas como “El motivo” y “Volver”.
De regreso Pichuco formó junto al guitarrista Roberto Grela un famoso dúo de solistas, que luego se convirtió en cuartetoy en 1968, unió su bandoneón al de Piazzolla para grabar maravillas como “El motivo” y “Volver”.
En 1953, Troilo y Grela participaron en “El patio de la Morocha”, obra musical de Cátulo Castillo, donde interpretaba el papel del bandoneonista Eduardo Arolas. Su intervención en los escenarios; duró hasta poco antes de su muerte integrado en multitudinarias funciones en el teatro Odeón, y en sociedad con el poeta Horacio Ferrer.
Las nuevas generaciones asociarán su nombre a los grandes poetas que le dispusieron letras como las del vals “Romance de barrio”, “Barrio de tango”, y “Sur” de Homero Manzi, “La última curda”, “Desencuentro” y “María”, de Cátulo Castillo, o “Pa’ que bailen los muchachos” y “Garúa”, de Enrique Cadícamo.
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